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domingo, 5 de febrero de 2012

Los sueños.

Los sueños tienen la forma de los mirlos,
pero no su vuelo,
la tristeza marchita de los almendros,
pero no su tea,
la ceñida negrura de la noche,
mas no su oscuridad errante.

Los sueños se terminan
-aun sin haber sido-,
acaban engendrados en la muerte.
Se dejan seducir
por la terca insensatez de los barrancos
que, cuando no consiguen
profundas aguas que calen hondo,
se aletargan, en la rigidez de las siempre frías rocas,
metamorfoseadas como crisálidas.

(Los sueños son los instantes
anteriores no vividos,
los instantes venideros
que no hemos de vivir;
suceden en un tiempo imposible
sin arrorró ni oración;
los sueños acaso existan
en un tal vez o en algún quizá,
quizá acontezcan en forma
de canto de sirena
en lo nunca jámas.)

Anoche me dormí
y, bien despierta ya dentro del sueño,
fui mi prematura vejez
y después mi temprana muerte.
Más tarde,
viví instantes intensamente espirituales
en los que el mundo se descomponía
en resbaladizas canicas
y, por un momento, las retuve entre las manos
mientras un flujo de marea triste
afloraba entre labios.

Acaso sean precisamente los sueños
los que rijan la presencia
de tan azarosas pesadillas
y me mortifiquen,
acaso desvelen adrede
su identidad de sueños conpasivos.
Puediera ser.

Lucía Rosa González.


                                                 

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