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lunes, 3 de septiembre de 2012

Algo de La edad de la inocencia, Edith Wharton.

+En realidad, todos vivían en una especie de mundo de acertijos, donde lo verdadero nunca se decía, ni se hacía ni se pensaba.

+Acostumbraba a sentarse frente a la ventana de su salita del primer piso, como si esperara plácidamente que la vida y la moda fluyeran hacia el norte, hacia sus puertas solitarias.

+Claro que se trataba de un dilema meramente hipotético; ya que él no era un noble polaco y sinvergüenza, era absurdo especular acerca de cuáles serían los derechos de su esposa, si lo hubiera sido. Pero Newland Archer tenía demasiada imaginación como para no pensar que, en su caso con May, la cuerda se cortaría por razones muchísimo menos vulgares y evidentes. ¿Qué podían saber uno del otro, si era su deber de muchacho <<decente>> ocultarle su pasado, y el de ella, como joven casadera, no tener pasado que esconder? ¿Que pasaría si, por cualquiera de las razones más sutiles, se cansaban uno del otro, no se comprendían o se irritaban mutuamente? Pasó revista a los matrimonios de sus amigos -a los supuestamente más felices- y no vio ninguno que respondiera, ni remotamente, a la apasionada y tierna camadarería que él soñaba como relación permanente con May Welland. Se daba cuenta de que tal imagen presuponía en ella la experiencia, versatilidad, libertad de juicio que la educación recibida se había empeñado cuidadosamente en negarle; y con un escalofriante presentimiento vio su matrimonio igual al de la mayoría de los que lo rodeaban: una monótona asociación de intereses materiales y sociales que se mantenía por la ignorancia de una de las partes y la hipocresía de la otra.

Y así podría seguir escribiendo, y hablándoles de como son Newland Archer y Olenska. Pero no voy a seguir, el texto anterior es del Capítulo seis y cuando lo leí pensé que había descubierto el porque este libro ganó lo que ganó en su momento. Y como esa pequeña parte otras llenan este libro, perfecto.

                                                                
                                                                Martin Scorsese: 'La edad de la inocencia', el reflejo de un recuerdo

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