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jueves, 18 de octubre de 2012

Con el misterio de un gato.

¿Alguna vez has oído hablar a los muertos? Pues es algo así, como... los pasos rápidos y acelerados en los pasillos del pabellón de al lado de mi casa. Las cristaleras dejan entrever una gran cancha de suelo pavimentado, de gradas vacías, algunas con algo de luz, que llega desde los focos, y otras en la más absoluta oscuridad.
Se me ocurrían millones de historias de terror entre esas sombras y esa luz artificial, los fantasmas frutos de mentes con demasiada imaginación. Los muertos no tienen voz, o eso se pensaba, y el miedo a sentir algo extraordinario era tentador.
El coche me había dejado un poco más arriba de mi casa, escondido entre edificios como si hubiésemos echo algo malo y no quisiéramos que nos vieran. Pero no había nadie en esa noche algo fría, la brisa que enfriaba las mínimas parte de mi cuerpo que aún mantenían el calor de las butacas en el cine.
Esa noche solo había aprendido dos cosas; la primera era que en la sala tres había cobertura, y la segunda, era que siempre buscaremos lo que sabemos que nunca encontraremos. La única parte que me había gustado de la película era el final, donde cinco personas buscaban a un muerto, sabían que lo estaba, pero lo llamaban a gritos, y a mi me pareció que en realidad no lo hacían para encontrarla, si no para saber que es lo que habían perdido a lo largo de 40 años en los que tres habían mentido.
Pero no siempre, como ya he dicho, se encuentra lo que se busca. Y ahí estaba yo, con un perro que tardaba el mismo tiempo en olfatear una esquina que yo en volver a reír a carcajadas. Seis chicos hablaban en las escaleras de la escuela de idiomas, dos señoras paseaban a su perro con artrosis, y un gato intentaba entrar en calor, encogiéndose y arremolinándose en su pequeño cuerpo delgado y hambriento, con un ojo tuerto y el otro entreabierto por el cansancio de un día de acá para allá, y al verlo recordé algo que dijo Poe: Mi único deseo es saber escribir con el misterio que tiene un gato.
Y por un momento también fue mi deseo. Volviendo a casa y a las críticas sin razón de mi madre, en lo único que pude pensar fue en que si los muertos me veían esperaba que nunca hiciesen que buscase desesperada lo perdido, y en que si se me iban a conceder algo me concediesen el don de escribir con el misterio de un gato. Por Poe, no por mi.

El cuerpo se introdujo de nuevo en las sombras de la farola, el halo de luz que casi lo había echo palpable que no proyectaba lo suficiente como para que la chica con el pelo revuelto y las brazos caídos estirando a un perro que luchaba por sus derechos de oler lo que le diera la gana, no se había percatado de nada, ni de su vestimenta oscura, ni de su sombrero de cuero negro, ni de sus botas de motero. Ella estaba sola con sus pensamientos y el estaba solo con sus anhelos.
Dos seres en soledad, unidos por unos hilos rojos en alguna parte del infinito.


                                                                                negro, blanco y negro, gato, lindo

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