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miércoles, 30 de enero de 2013

Llueven rosas en la calle tres.

Abre la puerta de la entrada y un suspiro se escapa de entre sus labios suaves y delicados, su propio aliento los acaricia disfrutando del contacto, se esfuma y funde con el aire de la casa ya instalado.
Es de noche. No muy tarde, ni muy pronto. La luna quiere entrar, y lo hace. Ya no hace falta que encienda la luz.
El aliento fundido con el aire le dice a la luna a lo que saben sus labios y ella no bastándose con eso le pide acariciar su cuerpo, mientras sus brazos, rayos de luz clara, la inundan.
Y esta acepta la invitación.
Con la mirada perdida y las sombras que reflejan su cuerpo y los muebles, se retira, decidida, el tirante derecho de su vestido negro.
Si hubiese tenido los zapatos puestos se los habría quitado primero pero el silencio se los había arrancado, para acabar tirados en mitad del pasillo.
La luna extasiada espera paciente al otro tirante resbalarse por el brazo izquierdo.
Las farolas querían verla sonreír pero ella se mantenía sería y ausente de todo menos del deseo de la noche.
Antes de que el vestido se le resbalase por las curvas de su cuerpo se acerca a las cristaleras que hacen a la vez de ventana y pared. En frente de su edificio, había uno igual al suyo pero con diferentes corazones latiendo, no todos estaban en casa esa noche, unos dormían y otros no hacían nada, pero ella se imaginaba que todos estaban pendientes de su próximo movimiento.
No se equivoca tanto; él, que la observaba desde hace mucho, o poco, según se mire, observa como mira el tráfico a su alrededor, como dedica solo un segundo a recorrer su propio edificio y como no le ve a él, se da cuenta de que la luna la espera, no sabe como pero lo sabe, quizás sea porque parece reposar entre nubes, o quizás porque ha dejado de alumbrar al mar para alumbrarla a ella.
El ruido de fuera le llega amortiguado, y deja caer el vestido, se deja ver por la luna que la empapa. Entonces él tiene miedo. Algo le recorre de arriba a abajo y averigua sin sorprenderse que la ama, sin conocerla, como la luna, en silencio las cosas se saborean mejor.
Ella se lo permite, porque lo hace para la ciudad aunque esta parezca no darse cuenta, se desabrocha la parte de arriba de su ropa interior y queda expuesta aunque no completamente, todo sigue según su ritmo normal, pero a ella no le importa; que le sigan lamiendo los rayos de luna su cuerpo, que él siga sufriendo por querer y no poder, que la farola siga queriendo su sonrisa, que ella le regala su piel y su alma a la ciudad.
Pronto también se quita la parte de abajo y ahora es completamente de su silencio, del silencio de él, de la luna que suspira y de las luces a medio apagar y de la ciudad... que no la mira, pues solo es un corazón más bombeando la misma sangre que en el resto.
Le pregunta al viento si se lleva sus cartas y besos, que se caducan en la mesita de su habitación.

chico, lindo, niña, vidaQue ella lo que quiere es ser amada por una ciudad que no la quiere, que él quiere amarla como la ciudad no lo hace.
Silencio que descansa entre ventanas, cristales y asfalto, desaparece y conviértelo todo en un buenos días por la mañana, en te quieros en el sofá,... pero la luna se va antes de que ella pueda acabar su súplica de enamorada...

                                                                              


2 comentarios:

  1. Haz segunda parte, en la que él le dice que está dispuesto a amarla.

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    Respuestas
    1. Y en la que ella le rechaza por piensa que no merece ser amada.

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