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martes, 1 de abril de 2014

La piel que habito me odia, y hay una parte de mi cerebro que también lo hace, la misma que me grita salta, desde la torre de Pisa... Un día... De noche... Me obligó.

No lo entiendo. No entiendo tantas cosas... Que sucede en mi que solo permite mi cuerpo las manos de un ser incorpóreo... Fantasmas... ¿Porque todos les tienen tanto miedo? Se desconoce el verdadero significado del estado mental en el que me coloco para obtener una visión más real del modo en que se masturba la música una contra la otra, esas notas incomprensibles para mí, tan simples y prácticas para otros.
Yo solo quiero que alguien me digan a que saben los amaneceres sin sueño.
Y dejar de hablar de mi, para empezar a hacerlo sobre otros.

Ese modo en el que se gira para asegurarse que la pared no se ha movido, ese pastiche que se recrea en su mente para soltarlo todo en una bocanada de humo dulce, (uppppsssiiii), quizás debería apoyarse más despacio, para que las órbitas de los planetas más cercanos se acerquen un poco más para apreciar el movimiento simultáneo de su escultural espalda de adolescente desgarbado -no te vayas, no desaparezcas otra vez, no ves que necesito contarle a alguien que he visto que no hay golondrinas que vuelvan y que al tocar mi boca no hay pez que se retuerza-. Te diría como piropo que eres el nuevo David de tu ciudad gris, pero para ti no tendría sentido y mirarías al vacío con esa confusión empañando tu rostro.
Que mártir me siento al desear tanto al caballero de palabras suaves y versos finales, siempre sabe como acabar la poesía pero nunca como empezarla, ella le dice que le enseñará más tarde, después de una ducha rápida. Dije que no hablaría de mi, pero si no lo hago yo... ¿quién lo hará? Si queremos ser inmortales y salvaguardarnos de las oscuras maniobras del destino, una tiene que estar preparada para ser abordada por las corrientes más salvajes. Me describo, tú te haces una idea, y yo sigo pensando en que clase de persona puede ponerse un vestido tan ajustado de flores y no ser apedreada. Bfff... Por favor... Que modas tan poco atractivas...
Me estiro en el sillón como si de un gato se tratase y recuerdo mi metáfora sobre los gatos y las mujeres... ~Mmm... Si aprietas más abajo a lo mejor hasta ronroneo.~
Ahora que me integro, en mi pequeña consciencia más despierta que mi yo in absentia, pienso en que si de verdad elegimos amar, si elegimos de quien nos enamoramos. O sí, por otra parte, estamos las nacidas de Julio Cortázar, de esas que esperan... A sentir algo, porque de lo que sí saben que están infinitamente enamoradas es de la idea de bajar unos escalones de cualquier tienda y de que al levantar la mirada ocurra (nunca he aprendido a que clase de verbo o adverbio o modo me enfrento; pero como me gusta como suena el imperativo del que habla mi profesora prefiero que me hables siempre así, sin infinitivo ni gerundios... ese -ando siempre me ha sonado a espera interminable de los desleales a sus ideas), sin presiones ni pretensiones, ni agobios ni nada, tan solo una mirada curiosa, por el modo en que observas el suelo para no estamparte por miedo a que de repente se desintegre y solo quedes tú y tu pie a medio camino de la nada. Esperar a que algo suceda y sientas el modo que tiene la vida de decirte que aún sabiendo que la magia existe, aún no hablando el mismo idioma innovador acerca de los tulipanes que son naturalmente naturales y campestres, que no son traidores a su naturaleza libertina, como algo tan urbanita como una enredadera, que es solo un huésped en el hogar de cemento que recrea la pared, va y te lo demuestra.
Cómo me apeteciera, quizás aquí y ahora, y nunca mañana ni después, -porque es muy tarde, dicen que de ti puede que no se acuerden, pero que bonito sería saberte de memoria todos los rincones que esconde la piel y que se abren solo al ábrete sésamo con la voz de tu fantasma favorito...- Si solo por una vez reconociera el sabor ácido, amargo y luego dulce de la despedida corta y larga del que no quiere irse pero debe y tu tiras de tu propia cuerda enredada en esa ventana oscura de tu eterno aunque poco racional corazón acorazado... Esta vida secreta que vivimos, el yo más sublime capapultado a un rincón (¿tenebroso?)... Esperar en esas escaleras, hace ya tiempo destrozadas por la inclemencia del tiempo, y tu pie estirado y tu mirada confusa, ¿que es ese vacío del que he hablado tanto? ¿Quien es el que me llama para que me ahogue con el en la desesperanza más avanzada?
Vaya... Cómo sientes el dolor de la pasión reprimida, vaya, cómo reprimir la mente lujuriosa del poeta demente, que se escapa en cuanto puede del psiquiátrico de mi costilla izquierda para huir a los acantilados de la derecha y así asomarse por debajo de las faldas de aquella chica a la que le gustan tanto y nunca se pone ninguna...
P.D: Te odio. Te odio. Te odio. Te odio. Te odio.
TE ODIO.

~Oh, viejo loco, ¿no sabes que las ninfas se asustan con los si apresurados y los piropos sin sentimiento? No sabes que ellas anhelan el sabor agridulce de la verdad más tierna y dolorosa?


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