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miércoles, 22 de noviembre de 2017

'Estudio de manos'

- He llegado.
No digo mi nombre. Se lo susurro a mi hombro como a un amigo muy íntimo con el que compartes noches, madrugadas y amaneceres agotadores. Lo hago para no conferirle a nadie un conocimiento mayor de mí misma que el que yo misma tengo. Abrazo al egoísmo, me atrapa en mitad de un paso y tira de mi hacia su torso duro. Es un ladrón de versos, rápido y contrito. Es el fiel seguidor de equivocaciones. Siempre viene como última pieza en el puzzle de la mente abstraída. En el mapa de lo sueños es el marcador más a mano. Y en las noches muy cerradas es la linterna de la supervivencia.
Mientras camino por el pasillo estrecho de mi propia vida carcelaria (solo de madrugada), escupo la saliva envenenada de rabia y principios zozobrantes en la barca de Caronte. Intentan cruzar y no pueden. No tienen una moneda debajo de la lengua, no tienen fuerza su garganta ni un color oscuro la sangre de sus venas, tenían poco camino que recorrer. Freno en seco a las puertas del Infierno. Me como una granada. Y luego sigo hacia delante. Ahora quién se atreverá a interponerse entre el inevitable sentimiento de volver al principio o quedarse en el futuro todavía enmarañado.
Ojalá, y sin que lo permitiera Alá, en este solitario planeta en un aislado universo condescendiente, sin pensar si es cultura o naturaleza miraré lejos de este Matrix y te diré que he hecho lo que he podido, me miraré las manos y pensaré que soy un medio para un fin, un fin indefinido. No será malo. Ni Kant ni Marx se me tirarían al cuello, se en el fondo que es el miedo a la insignificancia del ser humano lo que temen, temen la inutilidad de este animal demasiado inteligente para un planeta que en ocasiones no da para más.
Escucha papá no debiste irte, no debiste dejar que llorase el resto de mi vida por ti, no debiste dejarme esperando que me vinieses a buscar, no debiste desaparecer antes de haberme visto besarme y luego condenarme, negarme tres veces para luego caerme, tirarme, arrojarme, convertirme en figura manierista lejos de la virgen del cuello largo, resbalándome por unas rodillas veleidosas "Déjame caer que del suelo no paso"
Constante miedo. Persistente incertidumbre en mis entrañas ominosas. Dilo bien alto pequeña. Que les pasará a las líneas de mis manos que no tienen vida y destilan destino los sábados por la tarde. Que le pasarán a mis uñas que no pretenden agarrarse a lo hilos deshilachados de una rutinaria vida que se acaba. Te lo vas a perder. Corre, papá. Corre siempre. De la misma manera que yo te espero.
- Sí, tarde.
- Nunca es tarde.
- Siempre lo es.
Iré lejos por esta carretera a punto de estar sin asfaltar. Respetando el límite de velocidad, porque se sabe que cuando lo superas los Dioses se ríen de ti y mueren otra vez, desplomándose en sus butacas de rey.
La última vez que me miré las manos estaban manchadas de tinta sin una mínima pista de lo próximo que tendría que hacer si aparecía un pájaro sin alas entre mi calendario programado y yo.